Capítulo XIX
Según se vio, Truzenzuzex no pudo conseguir su mes ni sus tres semanas. Habían estado atareados trabajando en las porciones accesibles de las partes interiores de la máquina durante sólo tres días cuando el comunicador de Malaika señaló la presencia de una llamada extraatmosférica. Como medida de seguridad, el comunicador portátil estaba conectado con el gran transmisor del rep-tador. Cuando llegó la señal, Flinx estaba presente ayudando a los dos científicos con los aspectos más físicos de su trabajo. Sissiph, Atha y Wolf habían vuelto al reptador para recolocar sus provisiones en el cavernoso interior.
En orden a facilitar su trabajo, habían sido colocados dos catres (uno modificado) cerca de la cocinilla de los científicos. Los demás continuaban encontrando más cómodo dormir dentro de los familiares confines del reptador, a pesar del necesario paseo diario que ello implicaba.
Ambos científicos interrumpieron su trabajo en el instante en que localizaron la extraña expresión que había aparecido en el rostro de Malaika. Flinx la advirtió por la repentina confusión de los pensamientos del mercader. Estuvo observándoles trabajar con señales y conmutadores extraños y desconocidos toda la mañana. Las nueve décimas partes de lo que intentaban hacer mecánicamente se-le escapaban. Había sido capaz de ayudarles con las partes más delicadas de su operación, pues tenía, como ellos decían, un cierto «sentimiento» del emplazamiento correcto de las cosas. Y como de costumbre, su conversación tanto a nivel vocal como mental había sido fascinante.
—Capitán... —comenzó Tse-Mallory.
—Nos están llamando —replicó el mercader— extraatmosféricamente.
Sus pensamientos reflejaban tanta sospecha como incredulidad. Conectó el botón transmisor del diminuto comunicador.
—Wolf, ¿estás monitorizando esto?
—Sí, capitán —llegó la poco modulada réplica desde el distante vehículo.
—De acuerdo. Envía una señal de enterado. Alguien sabe dónde estamos. No tiene mucho sentido negarlo —se volvió hacia los otros—. Podríamos estar siendo monitorizados ahora, aunque dudo que sea posible a través de esas paredes. Después de todo, también dudo de que estemos recibiendo una llamada de otra nave espacial, y ése es el caso. Haidhuru. No importa. No toquéis vuestros comunicadores y escuchad por el mío, si así lo deseáis. No tiene sentido radiar cuántas unidades tenemos en operación, si es que no lo saben ya.
Era la primera vez que Flinx veía al mercader tan abatido. Obviamente, la fatiga estaba exigiendo de sus fuerzas un tributo mayor de lo que él admitía. En cualquier caso, todo lo que dijo por el comunicador fue: —¿Sí?
La voz que contestó era naturalmente aguda. Pero aunque el tono resultaba ligeramente afeminado, no sucedía así con las palabras.
—¿Capitán Maxim Malaika, jefe de la Casa y Plutócrata? Os traigo saludos, señor, de Madame Rashalleila Nuaman y Empresas Nuaman.
Los labios de Malaika se torcieron en un juramento subvocal que hizo enrojecer a Flinx. —¡Mis felicitaciones!
Esta arrogancia fue suficiente para estimular la lengua del mercader.
—Condenadamente decente por vuestra parte. ¿Y quién sois ninyi nyote?
—¿Perdón? Oh, yo tengo poca importancia. Pero con el fin de facilitar nuestra futura conversación..., que yo os aseguro tendrá lugar..., podéis conocerme como Able Nikosos.
—Señor Nikosos, de todo corazón estoy de acuerdo en que vuestro personaje es sin duda de poca importancia. Siento curiosidad por conocer cómo llegasteis hasta aquí. Este planeta parece estar adquiriendo una notoriedad universal.
—¿Cómo? ¡Hum! En cuanto a vuestra pregunta, capitán —y la voz reflejó un asombro burlón—. os seguimos la mayor parte del camino desde Moth, a una discreta distancia, por supuesto. Y hablando de eso, ciertamente cambiasteis completamente el rumbo al principio de vuestro viaje. Pero después de la primera semana, no tuvimos dificultad en trazar vuestro rumbo aproximado. ¿Sabéis que éste es el cuarto sistema con planetas que visitamos en este sector? Conocíamos más o menos dónde estaba el que queríamos, pero no sus coordenadas exactas. Fue difícil para nosotros, sí, muy difícil cuando os perdimos por completo. Esas coordenadas estaban sobre una pieza de material que... pero no importa. Eso pasó hace mucho tiempo, ¿verdad?
—¿Por casualidad no conseguisteis ayuda de un cierto barón AAnn?
—¿Un barón AAnn?
La chillona voz reflejaba sorpresa. Malaika miró a Flinx.
—Está diciendo la verdad, señor. Y ciertamente están en órbita.
Los dos científicos miraron sorprendidos a Flinx. Ninguno dijo nada, pero podían sentir en sus pensamientos un suave resentimiento ante su secreto. Quiso desesperadamente decirles lo necesario que era mantener ese secreto. Incluso hoy, los psicosensitivos no eran muy populares, un hecho que había averiguado pronto y dolorosamente cuando era un niño. Ahora, sin embargo, no era el momento. La voz en el comunicador continuó.
—¿Qué tenemos nosotros que ver con los AAnn? ¡Gente desagradable, muy desagradable! No señor, de verdad. Os encontramos completamente por nuestra cuenta, a pesar de las dificultades que nos ocasionó vuestra desaparición. Pero os encontramos, ¿verdad? Así que no ha pasado nada. Además, no tiene sentido compartir la culpa, y me niego a compartir el crédito. No creo que eso tenga importancia a la larga, o incluso a la corta.
Una breve risita en el comentario.
—Mi nave está aparcada a la distancia de un par de campos de vuestro Glory. Lo inmovilizamos primero. Después no recibimos una respuesta, y cuando la compuerta rehusó dejarnos entrar —¡qué inteligente por vuestra parte, capitán!—, deducimos que ya habíais bajado a la superficie. Una ojeada a la escotilla del transbordador nos lo confirmó.
—¡Thelathini nguruwel Treinta cerdos, que es, en caso de que no lo sepáis, el número mayor de cerdos que puede ser reunido en un camarote estándar de capitán.
La voz parecía inmune al insulto, así como a la modestia.
—Tut, tut, capitán. Ofenderéis mi modesta naturaleza.
—Hay pocas posibilidades de eso.
—De todas formas, las emanaciones de vuestros componentes habrían revelado vuestra situación, incluso si os hubieseis negado a reconocer mi llamada. De lo cual, estoy seguro, os disteis perfectamente cuenta.
—Capitán —dijo Flinx—, creía que habíais dicho...
—Olvídate de la retransmisión desde el comunicador del transbordador. Eso es lo que ellos han captado. Difícilmente podrían perdernos, de todas formas.
Su mente estaba ya preparando una defensa como último recurso.
—¿Dónde estáis ahora, amigo Nikosos, si no es en órbita?
—Una buena adivinanza, capitán. Estamos bajando hacia ese continente tan pobre en humedad. Sin duda, bastante cerca de donde os encontráis. Llegaremos muy pronto, en cuyo momento espero saludaros personalmente. —La voz se detuvo y después volvió—: Dondequiera que os estéis ocultando, debe ser realmente algo extraordinario. Nuestras dificultades para captar vuestra señal son enormes.
—Habéis hecho un largo viaje para nada, Nikosos. Hemos estado trabajando en este «lo que sea», como tan acertadamente habéis dicho, hace semanas. No hemos podido imaginarnos qué hace, y mucho menos cómo lo hace.
—¡Seguro, capitán, seguro! —La voz ahora tenía un tono humorístico—. Personalmente, siempre que el frío del espacio me afecta demasiado profundamente, me gusta volar a través del M supergigante más cercano para calentar mis helados huesos. Como dije, ¡nos veremos pronto!
—No os cree —dijo Flinx.
Malaika asintió.
—¿Y después?
—Bien, eso representa un problema. No puedo despediros alegremente de vuelta a casa, porque entonces todo mi duro trabajo habría sido inútil. Pero después de todo, el asesinato tampoco es mi línea. Quizá podamos arreglar algo...
Malaika cortó la comunicación. Se volvió hacia los demás.
—Ya lo oís. En lo que se refiere a planetas nuevos, la posesión es nueve décimos de la antigua ley. Dudo que Rasha me deje llamar a una Fuerza de Evaluación de la Iglesia.
Cambió el comunicador a frecuencia interpersonal.
—Wolf, ¿has oído todo?
—Sí, capitán.
La respuesta del hombre-sombra era tranquila. Flinx se preguntaba si el piloto era capaz de una excitación que nunca dejaba traslucir.
—Aunque me temo que vuestra mascota se lo tomó bastante mal. Se ha desmayado. La señorita Moon la está cuidando.
—De todas formas, así estará callada por un rato. Pronto nos reuniremos contigo. Será mejor que nos quedemos todos pamoja.
De nuevo cerró el comunicador.
—¿Qué os proponéis? —preguntó Tse-Mallory.
—No puedo hacer mucho, sociólogo. Incluso si este Nikosos fuese lo suficientemente mjinga para bajar sin una pantalla defensiva portátil, un intento de lucha sería difícil. Aunque no nos faltan —y aquí miró directamente hacia Flinx— elementos de sorpresa. Pero estoy seguro de que los hombres que deja en su nave —sólo una esta vez para variar— monitorizarán todo lo que suceda. En el transbordador estaríamos a su merced. Si este Nikosos no trae una pantalla, si pudiésemos sorprenderle y lanzar unos cuantos disparos antes de que tuviese tiempo de avisar a la nave, si pudiésemos deslizamos hasta el Glory bajo sus detectores y si pudiésemos entrar y poner en funcionamiento el generador antes de que se diesen cuenta, quizá tendríamos una buena oportunidad de escabullirnos o de pelear contra ellos.
—Demasiados «si» —dijo Truzenzuzex innecesariamente.
—Kabisa, de acuerdo. Sin embargo, tenemos .otras armas. Estad seguros de que las probaré. El soborno, por ejemplo, ha demostrado a menudo ser más efectivo en la guerra que las armas nucleónicas. Pero me temo que Rasha no enviaría una criatura muy vulnerable en una misión tan importante, al menos no a una que se sintiese tentada por un soborno total. Sin embargo, parcial... Sólo se me ocurre otra cosa que pudiésemos hacer. En este edificio hay un mlango. Intentaremos montar el rifle y abrasar al primer ser que entre. Mientras no tenga una idea segura de cómo estamos equipados de provisiones y armamento, podría impacientarse lo suficiente como para regatear con nosotros. Desgraciadamente, no tenemos mucho, incluso con lo que pudiésemos trasladar aquí desde el transbordador. Mibu. ¡Todo lo que tiene que hacer es quemarlo y regresar placenteramente a Nínive con las coordenadas para el Registro!
—¿Por qué no lo hace de todas formas? —preguntó Flinx.
—No es ésa su misión, kijana; de lo contrario, no se habría molestado en llamarnos. Simplemente debe dejar fuera de combate al Glory y partir. Está claro que necesita averiguar todo lo que pueda sobre el Krang. —Hizo un gesto hacia los dos científicos—. Rasha conoce vuestra existencia. Yo mismo se lo dije. Podría alquilar sus propios expertos, pero conoce vuestra reputación. Rasha nunca desdeña sus preparativos. Así pues, no estoy preocupado por vuestras vidas. Solamente por vuestras reputaciones. Creo que también podré arreglar algo para mí. Si fuese a desaparecer repentinamente, demasiada gente haría preguntas incómodas..., aunque hubiese desaparecido en un viaje de exploración en una zona desconocida. ¡Y no puede ganar tanto fedha! Sin embargo, no podría permitirse dejarnos en libertad a ninguno de nosotros. Más verosímilmente sus órdenes son guardarnos cómodamente en algún sitio hasta que la inversión de Rasha aquí esté asegurada de varias formas en cuatro dimensiones. Esa velada insinuación de «asesinato» fue probablemente su forma de abrir negociaciones.
—Una sugestión, capitán —dijo Truzenzuzex.
—¿Ndiyo?
—Suponiendo que todo lo que habéis dicho es verdad, ¿por qué no accedéis tranquilamente y le dais lo que quiere?
-¿Qué?
Incluso Flinx se sintió sobresaltado.
—Os aseguro que el Krang no será de ninguna utilidad ni para él ni para su jefe. Cuando dije que necesitaría tres semanas para evaluar la utilidad potencial de la máquina fui pesimista. Podríamos aprender mucho sobre los Tar Aiym gracias a ello; de eso no hay duda. Creo que también puedo decir ahora mismo con una buena proporción de certeza que nunca será más que una sobresaliente atracción para arqueólogos y turistas.
—Lakini..., pero... ¡lo hicisteis funcionar! Parte de ello por lo menos.
—Lo que yo hice no fue más que sacar brillo a los carretes de mando de un generador Caplis. Quizá conseguí calentarlo y que pareciese funcionar, pero dudo de que alguna vez pueda ponerlo en marcha siquiera parcialmente. Y todavía no tenemos ideas más claras que al principio. Creo que ningún ser podría llegar más lejos. No importa a quién contrate vuestra madame Nuaman.
—Si estáis seguro... —comentó Malaika.
Truzenzuzex miró a Tse-Mallory interrogativamente, y los dos se volvieron hacia el mercader.
—Nada es seguro, capitán, pero no intercambiaré con vos máximas de la Iglesia. Estoy de acuerdo, sin dudarlo, con la evaluación de mi hermano.
—¡Mbwa Ulimwengu! Entonces nos olvidaremos de la destrucción en favor de maniobras más sutiles.
Malaika activó el conmutador para un canal de transmisión amplio. Ahora que estaba una vez más en terreno familiar, su voz había recuperado el antiguo tono.
—¡Nikosos!
Hubo un silbido, un chisporroteo, una pausa y después reapareció la ratonil voz.
—No hay necesidad de gritar, capitán. ¿Tenéis alguna idea?
—Escucha, agente. Te daré la oportunidad de ganar lo que desees y quizá de ahorrarte unas cuantas vidas en el proceso. Tengo aquí un rifle láser de seis milímetros en perfectas condiciones y cargas en abundancia, pero no veo nada tan valioso como para pelear por ello. Toda la ciudad es vuestra. Deseo únicamente abandonar esta mukia tan rápidamente como sea posible. Podéis quedaros con nuestras notas, si así lo deseáis, es decir, todo lo que hemos averiguado sobre el propio Krang..., que es muy poco. Pero tengo aquí un muchacho y dos mujeres, y quiero que queden fuera de todo esto.
—¡Qué conmovedor! No esperaba un altruismo tan admirable de vos, capitán. Sí, a pesar de mis órdenes, creo que podrá arreglarse un acuerdo financiero satisfactorio para todos los implicados. La sangre tiende a fastidiarme el hígado, aunque estoy seguro de que comprenderéis que vos y vuestros compañeros deberéis permanecer como invitados míos durante un corto espacio de tiempo. El mínimo realmente, pero muy necesario.
—Naturalmente. Entiendo la necesidad, y con gusto firmaré...
—Oh, no, capitán. Eso no será necesario. Confío en vuestra palabra. Os precede vuestra reputación. Personalmente, encuentro que la honradez en nuestra profesión es algo nauseabundo, pero en este caso me conviene. No, por mucho que os gustase poseer por escrito un acuerdo de esta naturaleza, prefiero que no exista una misiva semejante. Cosas así tienen la costumbre de desaparecer y volver a aparecer más tarde en los lugares más molestos. Bien, resumiendo:
«Nuestro vuelo ha sido interesante hasta ahora, capitán, pero me temo que encontraré este planeta aburrido. Si fueseis tan amable como para dejar vuestro transmisor abierto, seguiremos sus señales. Todo este negocio tan poco agradable podría ser rápidamente terminado. Estoy seguro de que tenéis todavía menos deseos que yo de prolongarlo. Cortó la comunicación.
—Capitán —la voz de Wolf llegaba por el co-municador—, esto me pone enfermo. ¿No hay otra forma?
—No hay otra forma, Wolf. Yo también preferiría pelear, pero... Deja el comunicador abierto para que puedan seguirlo como han pedido. Por lo menos nuestro trabajo aquí parece haber sido infructuoso; sino yo no consideraría una alternativa como ésta. Podemos desearles mucho de lo mismo. Hallen lo que hallen en la ciudad, son bienvenidos. Después de todo, ha sido una especie de caza de mbizu salvaje.
—¡Pero ha llegado a amenazar con asesinato...!
—Wolf, por favor, lo sé. Jua es duro. Sin embargo, no tenemos elección. Yo tampoco confío en él. Pero podría simplemente marcharse ahora y volver a recoger nuestros cadáveres extenuados más adelante. No, apuesto a que preferirá recoger los créditos extra que acompañan mi oferta. ¿Por qué no? —Se encogió de hombros, a pesar del hecho de que no podía verlo—. Wolf, ¡si los acontecimientos se pusiesen tan nyani...! Ya conoces las reglas de la casa.
Malaika suspiró.
—Entendido, capitán.
Malaika cortó la comunicación y se sentó pesadamente sobre uno de los extraños bancos, con un repentino aspecto de sentirse muy viejo y muy cansado.
—Por supuesto, si vosotros, gentiles señores, hubieseis descubierto cómo poner este mashineuzi en funcionamiento, ni siquiera consideraría...
—Nosotros también lo entendemos, capitán. Una mala elección no es una elección. No nos sentimos preocupados por nosotros. Debemos por lo menos presentarnos ante Nuaman y convencerla de nuestra inutilidad. Nuestra repentina desaparición también provocaría inquietud en ciertos lugares...
—Nuaman. ¡Maldita sea esa perra! ¡Desde hoy me olvidaré para siempre de que esa criatura es humana y mwanamke! —Levantó la vista y advirtió la mirada de Flinx—. Dejó de ser una bibi, una dama, kijana, mucho antes de que tú nacieses.